Breve Biografía de Claudio Rauch

 

Pionero de la actividad Antroposófica en Chile (1944-2018)

El pasado 10 de mayo de 2018 muchos éramos los que nos encontrábamos reunidos en el colegio Miguel Arcángel para despedir a nuestro querido amigo Claudio.

El corazón se nos llena de alegría y emoción cuando rememoramos las bellas palabras que escuchamos de tantas personas que querían testimoniar su profundo agradecimiento y respeto hacia el hombre que a través de su trabajo en la Antroposofía les había abierto puertas hacia caminos de sanación y de profunda transformación espiritual.

Fueron muchos los destinos que se vieron enriquecidos por su existencia en esta Tierra, y esa atmósfera de agradecimiento es la que se vivió durante los tres días en que pudimos velarlo.

La vida de Claudio es tan amplia y abarcante que uno tiene que reconocer con sencillez y humildad la enorme dificultad de penetrar en los rasgos esenciales de ella, y que lo que pueda describirse será tan solo un sincero esfuerzo por desvelar ciertos trazos del hilo conductor de su existencia que están manifestados en los principales acontecimientos de su vida.

La fecha y lugar de su nacimiento, el 18 de marzo de 1944 en Santiago de Chile, nos orientan hacia hechos trascendentes en la historia de la humanidad, vinculados con el impulso templario, al que Claudio unió su espíritu desde los primeros años de su trabajo con la Antroposofía en Chile.

 

Enigmas en el tiempo

Remontándonos en el tiempo, a 1244, setecientos años antes del nacimiento de Claudio, descubrimos que es el año en que la leyenda fecha el nacimiento de Jacob de Molay, el último Gran Maestre de la Orden Templaria. El 13 de octubre de 1307 se consuma el engaño urdido por Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, contra la Orden, y Jacob de Molay es apresado en París junto con la plana mayor de la Orden y son acusados de herejes. La Orden es disuelta en 1312 por el Papa Clemente V, y dos años después, el 18 de marzo de 1314, es quemado vivo Jacob de Molay. Tenían que potenciarse las fuerzas demoniacas de Ahriman, por la presencia rítmica del dos veces 666, para que algo tan sagrado y santo, tan alto como la Orden Templaria, tan amada por los hombres de su tiempo, pudiera ser destruida.

La fecha de la fundación de la Orden es el año 1118. Setecientos años después, es decir, en 1818, Chile es liberado de los españoles, quienes llegaron a Santiago por el mismo motivo que llevó a Felipe IV a destruir a los Templarios: la codicia por el oro, y también mediante un engaño, en este caso de los incas, quienes los engañan diciéndoles que hacia el Sur encontrarán el oro que buscan. Cabe destacar que el nombre Jacob o Jacobo traducido al español es Santiago.

Todos estos misterios que se le van revelando a Claudio se conjugan con una fuerte determinación que vive en él desde muy joven: hay que trabajar para que América sea en el futuro “América”; entonces, el ideal de la Fraternidad, formado con tanto dolor por los Templarios será la substancia que permita el despliegue de la séptima época cultural postatlante, la época “Americana”. Toda su vida será una lucha por llevar este impulso a la acción.

Claudio nació en una familia judía, no practicante, de origen europeo. Su padre, joyero, era un hombre práctico y severo, materialista convencido. En su madre, de carácter cálido y temperamento artístico, vivía una íntima espiritualidad. Debido a la enfermedad de su hermano, que sufrió de poliomielitis, a los cinco años sufre el dolor de la separación al tener que aislarse de la madre y el resto de la familia, para así evitar algún posible contagio.

En el colegio nunca fue un buen alumno. Durante las clases se ocupaba de un intenso mundo imaginativo, con el que desde pequeño supo protegerse de la tendencia intelectualista de la época. Muchas veces se iba al cine o a caminar, o conversaba con adultos sobre diversos asuntos. Sin embargo, se destacaba por su sociabilidad y su aptitud para ayudar cuando surgían problemas, así que humanamente era muy apreciado por sus compañeros y profesores, y fue incluso nombrado presidente de curso. A los 14 años descubre la lectura a través de Herman Hesse. Desde ese momento los libros de los grandes prohombres de la humanidad serán sus maestros.

De joven le gustaba practicar deportes: llegó a ser campeón nacional juvenil de natación en 1500 m en estilo libre y un gran esquiador. En las altas cumbres nevadas de la Cordillera, Claudio descubrió la voz del silencio y una y otra vez subió a la montaña en búsqueda de esa experiencia interior.

 

Encuentro con la Antroposofía

A principios de 1963, llega a Los Ángeles, California. Acaba de entrar en su primer nodo lunar. Ha dejado la casa paterna y a su compañera desde los 14 años, Mónica Waldmann, quien lo acompañará luego hasta sus últimos días. El destino lo ha conducido a la casa de una prima de su madre, casada con un ingeniero austriaco, ambos antropósofos, aunque Claudio aún no sabe nada al respecto. Pronto comienza a intimar con el marido, al que le cuenta que está de camino a la India y que solo necesita reunir el dinero necesario para el pasaje. Inspirado por la lectura de Demian y Siddhartha de Herman Hesse, y profundamente conmovido por la vida de Gandhi, Claudio cree que solo va a encontrar respuesta a sus ideales espirituales en la sabiduría de la antigua India.

En este hombre vivía la Antroposofía con gran intensidad. De joven había decidido que si no encontraba respuesta a las preguntas quemantes que vivían en su alma su vida no tenía más sentido. Después de la primera larga conversación con él, Claudio sabe que en la Antroposofía ha encontrado a su verdadero maestro y su camino, ya no necesita ir a Oriente. Solicita su ingreso al Seminario Pedagógico de Los Ángeles, siendo admitido a pesar de su corta edad, y comienza a trabajar en el colegio Waldorf recibiendo a los niños a la entrada del colegio.

En casa de estos parientes lejanos tuvo otra fuerte experiencia. La del amor. En la unión entre estas dos personas pudo ver, por primera vez, un vínculo humano que se sostenía en sí mismo. Ellos no tenían hijos. El amor se erigía sobre el profundo respeto por la individualidad y autonomía del otro, en la libre entrega.

Después de estar un año estudiando y trabajando en Dornach -había tenido que abandonar Los Ángeles porque el ejército estadounidense lo quería reclutar como soldado para enviarlo a Vietnam-, viaja a Alemania para comenzar a trabajar como profesor en un colegio donde tiene, junto con otros profesores, una experiencia muy dramática. Proponen a los alumnos de decimotercer grado que se levanten muy temprano para ir a observar la salida del sol. Uno de ellos, procedente de otro colegio no Waldorf, expresa que no quiere ir porque ya la ha visto una vez así que prefiere quedarse en la cama durmiendo. El hecho es tratado con suma preocupación en la Facultad de profesores. Este joven ya ha perdido su capacidad de asombro. El mundo necesita de la Antroposofía y de una educación que haga florecer al alma y no la mate. En Claudio esta certeza se convierte en parte esencial de los impulsos de su alma.

 

La llamada de América

Con estas vivencias presentes poderosamente en su conciencia, Claudio, en el verano europeo de 1966, está en Chile aprovechando sus vacaciones escolares. A raíz de una charla sobre Herman Hesse, se reencuentra con un grupo de compañeros del colegio y con otro nuevo amigo con los que comienza a reunirse frecuentemente y quienes se muestran hondamente inspirados al descubrir a Steiner y la Antroposofía. Son todos jóvenes y en ellos despierta una profunda comprensión de la dramática situación del hombre al arreciar las fuerzas del materialismo que impiden el despliegue de lo espiritual humano en la cultura actual. Se enciende en ellos el fuerte anhelo de entregar la vida en pos de la lucha por transformar, desde la Antroposofía, los impulsos sociales que están moviendo a la humanidad. El grupo inicial lo constituyen Rafael González, su hermano Rodrigo, Bernardo Kaliks y Mónica Waldmann. Más tarde se une Gonzalo Díaz y otras personas. La juvenil amistad compartida en estos altos ideales se mantendrá durante largos años.

Claudio reconoce en el encuentro con sus amigos un llamado del mundo. Ya desde Los Ángeles intuía que su misión tenía que ver con llevar la Antroposofía a Chile. Así que no lo duda, siente que el claro tejer del destino lo orienta hacia su cometido. Entonces, en forma natural y espontánea, lo primero que hace es enterarse de si existe algún impulso antroposófico en el país. Descubre que un grupo de señoras, de origen centroeuropeo, se reúnen a leer en alemán a Steiner. Claudio se cita con ellas y acude a una de sus reuniones para contarles sus planes y preguntarles si quieren colaborar con él para hacer de la Antroposofía una actividad pública que se inserte en el tejido social chileno. Lo escuchan y les parece muy bueno lo que quiere hacer así que le desean buena suerte en su misión. Nadie había hasta entonces realizado iniciativas públicas en relación con la Antroposofía.

Claudio se propone así la tarea de encarnar la Antroposofía en Chile. Tiene 22 años.

Al poco tiempo, empieza a recibir en su propia casa y junto con Mónica, a niños con necesidades especiales. Es el germen que resultará en la fundación del primer colegio terapéutico de América Latina, el Colegio Miguel Arcángel.

Durante varios años se dedica a trabajar, junto con este grupo de amigos, las obras básicas de Steiner; muy particularmente estudian y ahondan en La filosofía de la libertad y la Gnoseología, y se adentran en el estudio de Hume, Kant, Hegel, Fichte, Hegel, Schelling y los otros filósofos que se mencionan en estas obras.

En estos años de estudio, Claudio penetra intensamente en la Antroposofía. Unido al trabajo con la Ciencia Espiritual, Claudio siempre se es forzó por una constante autoformación en todos los ámbitos de la ciencia y el arte, realizando esta penetración desde la Antroposofía.

En el año 1973 comienza a desplegar grupos de estudio antroposóficos abiertos a cualquier persona interesada. La Antroposofía en Chile, por primera vez, aparece como una actividad pública. Es el año del golpe militar y Claudio se propone que la actividad antroposófica vaya conformando espiritualmente un centro que equilibre la polarización y el quiebre social que se ha materializado con el golpe. Son años muy difíciles con el toque de queda y las restricciones a la libertad pero, aún a pesar del ambiente tan adverso a cualquier actividad cultural, la Antroposofía y los impulsos que se quieren desplegar van a fortalecerse y consolidarse en la sociedad chilena.

 

La actividad antroposófica encarna

Todos estos años de maduración interior en los que se han conformado potentes vínculos humanos, alcanzan su cúspide. Estamos en el año 1979, Claudio acaba de cumplir 35 años y en torno a él se ha conformado un grupo de personas, apoderados y profesores, en los que vive el ideal de una revolución cultural y pedagógica. Después de tantos años las circunstancias para fundar un colegio se hacen presentes. Estamos en el centenario de la terminación de la lucha de Micael con el Dragón.

A pocos días de comenzar las clases no se tiene el lugar, ni el mobiliario, ni material escolar, ni dinero. No hay nada material, solo la voluntad de profesores y apoderados; una voluntad tan real que en pocos días aparece una casa para arrendar, se arregla, surgen donaciones, se compra todo lo necesario y en marzo llegan los niños. Claudio le pone el nombre. Ha nacido el Colegio Giordano Bruno, un Colegio Waldorf.

Muchos impulsos renovadores trazó Claudio en relación con la fundación del Colegio; la fuerza de transformación espiritual de un Colegio Waldorf es inmensa. Steiner en unas conferencias en Inglaterra en el año 24 manifestó que de todas las hijas de la Antroposofía con las que se sentía más contento y las que le producía mayor felicidad era las escuelas Waldorf. En ellas está la esperanza de la humanidad. Claudio trabajó desde los comienzos hasta sus últimos días para que estos ideales se hagan realidad.

Pero para que el Colegio pudiera cumplir su cometido social en el polo cultural se tenía que establecer el otro polo, el económico, y el centro que los equilibre, formándose así un organismo ternario. Nacen, entonces, la Corporación Rudolf Steiner, que tiene como alta misión el impregnar en la vida económica el impulso de la fraternidad y, conformando el centro, la Rama Santiago de la Sociedad Antroposófica.

La Rama, así constituida, comenzó a crecer y convocar a personas dedicadas a diferentes tareas y profesiones. La Rama era el Centro al que confluían los miembros que desplegaban su actividad profesional en las diferentes hijas de la antroposofía: pedagogía, agricultura, medicina, actividades artísticas, euritmia, actividades económicas, etc., para nutrirse desde la Antroposofía y liberarse del peligro de quedar encerrados en el actuar de su profesión. Se producía así un constante fluir y un intercambio entre el centro y los polos y desde los polos hacia el centro.

Podemos decir ahora, que la actividad antroposófica ha comenzado a encarnarse en Chile y se despliega a través de este ser ternario.

En el año concordante con su segundo nodo lunar, 1981, Claudio viaja a Dornach, en donde se hace miembro de la Primera Clase. Conversando con Rudolf Grosse, Presidente de la Vorstand, este le advierte acerca de cómo en el movimiento antroposófico, una y otra vez, se hace presente el karma de la Sociedad, y hablan largamente sobre lo sucedido tras la muerte de Steiner en el corazón mismo de la Vorstand, entre las individualidades que él mismo había recién nombrado.

De vuelta a Chile pasa por Londres en donde se reúne con Nick Thomas quien lo invita a hacerse miembro del “Esoterischer Jugendkreis” (Círculo Esotérico de Jóvenes). Nick Thomas es nombrado pocos años más tarde Presidente de la Sociedad Antroposófica de Gran Bretaña.

Las palabras premonitorias de Rudolf Grosse se escenifican al poco tiempo después. Estamos en 1983, hace tan solo 4 años que se ha fundado el Colegio Giordano Bruno pero el quiebre se hace inevitable. Una vez más el karma de la Sociedad se hace presente. De la ruptura surgirá el Colegio Rudolf Steiner.

La respuesta frente a la dramática crisis del quiebre y el dolor de los vínculos rotos es, desde Claudio, una intensificación y ahondamiento de la actividad espiritual antroposófica.

Ciclos de conferencias y seminarios donde despliega impulsos que, surgiendo desde una penetración en los procesos de la evolución cósmica del hombre y del mundo, se concretan en ideas fundamentales para la pedagogía, la terapia, la agricultura, euritmia, artes dramáticas, etc.

Es importante señalar que a partir de la mitad de la década los 80 comienza a trabajar con grupos de médicos en Chile y Argentina, formándose el germen de las fuerzas que van a fructificar en el nacimiento y desarrollo del impulso médico en Chile, y a contribuir poderosamente a la consolidación del movimiento médico en Argentina. Corresponde recordar aquí a su íntima colaboradora, la Dra. Blanca Ortúzar, que abrió el primer centro médico antroposófico de Chile.

 

Los impulsos centrales

En el centro de su trabajo con la Antroposofía, a lo largo de su vida, uno llega a reconocer un hilo rojo conductor: los Misterios de Micael, como servidor del Cristo, manifiestos en el camino de Aristóteles y de su discípulo Alejandro.

En 1986 es invitado al Congreso de Micael en Dornach, de donde vuelve con la clara experiencia de las fuertes contradicciones y problemáticas que se están viviendo en el corazón mismo del Goetheanum. La propia Vorstand propone en la asamblea la pregunta acerca de si acaso la Sociedad Antroposófica no se habrá convertido en una sociedad literaria en donde se habla maravillosamente bien del cuánto hay, pero ¿no será todo eso solo retórica?

El impulso de Claudio, si bien al principio es acogido y apoyado desde Dornach, con el tiempo se deja de comprender y se empieza a interpretar en conflicto con los impulsos que desde allí quieren traer hacia América. Europa contrajo una culpa por los hechos que se llevaron a cabo en contra de los Templarios que se quiere compensar. Pero el sacrificio de Jacob de Molay y de los Templarios no fue en vano, y uno podría decir que las fuerzas con que se debía descubrir América finalmente llegaron transformadas con la Antroposofía, y esas fuerzas ahora tenían que desplegarse desde sí mismas interpenetrándose y fecundándose con el centro.

A lo largo del tiempo son muchos los jóvenes que se le acercan en busca de ayuda ante la inmensa soledad y angustia en la que viven. La experiencia de estar irremediablemente encerrados en sí mismos y de vivir en el cuerpo como en una cárcel que les impide el vínculo con el otro, les genera desesperanza y desolación. Su intensa preocupación por la situación de estos jóvenes, le impele a que sus dolencias y problemáticas sean el fenómeno primordial por investigar y penetrar en muchas de sus conferencias y seminarios. Así, en el año 1995 dedica un ciclo de tres semanas a mostrar la necesidad de la convergencia de pedagogía, agricultura y terapia para sanar en los niños y jóvenes la situación a la que les conduce nuestra cultura unilateralmente materialista. La Granja de La Rosa en el Valle del Puangue, en Curacaví, surge desde esos impulsos, y acogerá, provisionalmente, a los primeros pacientes de la Comunidad.

Desde otra arista más íntima, la práctica con el llamado “grupo de jóvenes” le muestra la necesidad de convertirse en terapeuta; y si como formador del impulso médico lleva años colaborando con los médicos en el tratamiento de todo tipo de enfermedades, ahora, ante este nuevo reto, se abre ante su conciencia un enorme abismo que tiene que cruzar. En un ciclo de cuatro conferencias, entre el 29 de septiembre y el 2 de octubre de 1997, titulado ¿Cuál es la amplitud que debiera alcanzar el impulso terapéutico en el día de hoy?, muestra, desde la experiencia, cómo es descubrir las enfermedades del alma desde la Antroposofía y el camino que tiene que alcanzar el terapeuta para llegar a ser un interlocutor válido para su paciente.

 

El impulso terapéutico

La Comunidad Terapéutica de Cuyuncaví nace, en forma espontánea, precisamente debido a las necesidades de urgente tratamiento de una joven con síntomas semejantes a los descritos. Un día domingo llega a Curacaví, junto con su madre, la primera paciente. Es 13 de octubre de 1996. El tiempo se detiene, los hechos hablan.

En el principio está la libre decisión de querer ser ayudado. En la comunidad no existen rejas de ningún tipo, y esa libertad es la que permite que el individuo comience a despertar a las fuerzas del “sí mismo”.

El camino terapéutico en la Comunidad de Cuyuncaví, bosquejado elementalmente, comienza con el fortalecimiento y armonización de la voluntad a través del vínculo con la tierra, las plantas y los animales, enmarcado en la vida en comunidad con los otros pacientes y los cuidadores que conviven con ellos.

Tras esta primera etapa, más o menos larga, dependiendo de la gravedad de cada paciente, comienza a alborear una nueva vida de sentimientos que se encauza a través de procesos artísticos que se acompañan generalmente de lecturas que se acompasan con las cualidades anímicas que van despertando en los pacientes. Finalmente, se abre un proceso de sanación del pensamiento en donde se introduce el estudio de obras filosóficas y científicas o, para aquellos que la buscan, las obras básicas de la Antroposofía. Estas etapas muestran una secuencia que no es cerrada. Los procesos discurren interpenetrándose unos con los otros de las más variadas maneras, dependiendo del carácter propio de la individualidad del paciente.

En todo este proceso, es necesaria la presencia del terapeuta; él tiene que convertirse en un interlocutor válido para aquel que busca ayuda y no la encuentra en nada de lo que la sociedad le ofrece. El poder de la palabra impregnada de pensamiento y de calor se hace presente. También el de la confianza. Los impulsos de Parsifal -que al llegar al grial puede hacer la pregunta al Rey: ¿qué te aflige?, ¿cuál es tu dolor?- son el ideal y la inspiración: Morir en Cristo para que él otro viva en mí.

Estos fueron los impulsos que Claudio mantuvo en el centro de su labor terapéutica, y todo lo que pudo ir trabajando y profundizando en este sentido, lo compartió en los Seminarios de Formación Pedagógica y Terapéutica. Con ello también se fueron formando los que serían sus cercanos colaboradores en la formación y desarrollo de la Comunidad.

Aquí no podemos dejar de mencionar a Cecilia Donoso y Rodrigo Cavieres sin los cuales no hubiera sido posible la formación de la Comunidad. Su generosa entrega y dedicación, sin pedir nada a cambio, fueron la base que permitió a Claudio tener la colaboración imprescindible que requería para consolidar el impulso. Más tarde se une a este impulso como colaborador el joven Rodrigo Borrelli.

El año crítico de 1998, cuando se hace presente nuevamente, ahora por tercera vez, el ser cuyo ritmo es el 666, el centro del trabajo del año lo constituyó el enfrentar las fuerzas destructoras de La Bestia, el Demonio Solar. Steiner develó que eran las fuerzas actuantes detrás del comunismo en Rusia y del nazismo en Alemania, y que tuvieron como consecuencia la destrucción del alma rusa y del alma alemana; esas mismas fuerzas son las que ahora, a nivel personal, instilan en el corazón del hombre, en su centro solar, el impulso de la autodestrucción que siempre va a ir acompañado, aunque no se quiera, de la destrucción de todo lo que le rodea. Claudio se va a encontrar en su actividad terapéutica diaria en Cuyuncaví con jóvenes fuertemente imbuidos de estos impulsos de autodestrucción, lo que le llevará al descubrimiento, a través de la propia experiencia, de la enfermedad de borderline. En este mismo año funda la Corporación Kaspar Hauser, que a partir de esta fecha, será la institución que sostenga los diversos impulsos que Claudio aliente.

El final del segundo milenio y comienzo del tercero, convergen con el tercer nodo lunar. La enfermedad de borderline va a ser el eje fundamental de su actividad durante todo el año 2000. La vastedad con la que pudo penetrar en la enfermedad se entiende desde el rigor del método de investigación antroposófico manifestado en el absoluto compromiso con el camino oculto y con el paciente.

 

Últimos años

Verdaderamente, no se pueden entender muchos de los actos de Claudio sin reconocer el profundo amor y fidelidad que lo unían a su maestro. Después de leer la edición crítica de Christian Clement sobre la obra de Rudolf Steiner, Claudio se propone enfrentarlo en forma rotunda y detallada en el seminario intensivo del año 2015, desarrollando un profundo trabajo sobre el camino de transformación de la conciencia que recorre Steiner en la Filosofía de la libertad y en ¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores?; el absoluto contraste entre ambos caminos y, a la vez la íntima interpenetración y fecundación entre el uno y el otro. El ciclo del año concluye con la Conferencia de Navidad Jesús de Nazaret y Cristo a la Luz de la Antroposofía, en donde comparte su trabajo sobre el vínculo espiritual entre Juana de Arco y Kaspar Hauser, dos personalidades que lo ocuparon intensamente durante su vida.

En el centro de su ser, siendo parte íntima de su individualidad, se descubre un impulso esencial: penetrar en la oscuridad del alma humana, sumergirse con su propia alma en ella acompañando al que la padece y sufrirla junto a él. El enfrentar y vencer esta oscuridad en sí mismo es a la vez un camino de sanación para el otro. Mucha incomprensión hubo frente a estos impulsos y las fuerzas espirituales que en ellos se conjugan.

El viernes 22 de julio de 2016, es el último día que acude al seminario. Un par de semanas antes da un ciclo de cuatro días sobre El Karma de la Sociedad Antroposófica. El intenso dolor y la dificultad para respirar lo obligan a permanecer en la casa. La grave enfermedad que le han diagnosticado en marzo de este año le impedirá continuar su actividad pública después de casi 50 años de absoluta dedicación.

El periodo de su enfermedad fue corto, tal y como él había anunciado.

Recordar aquellos días es sumergirse en una profunda enseñanza que sientes consolidándose en lo íntimo del alma con poderosa fuerza y admiración.

Uno sabía del intenso y continuo dolor físico que Claudio padecía –si bien él siempre expresaba con enorme tristeza que su verdadero sufrimiento era no poder estar con nosotros compartiendo la Antroposofía– dolor al que se abría con total conciencia, viviéndolo completamente despierto, sin obnubilarse con analgésicos u opiáceos; pero, al mismo tiempo, te dabas cuenta de cómo en su conciencia abarcaba todo lo que sucedía en el movimiento, en las diferentes instituciones, con sus pacientes y colaboradores, pendiente siempre de los principales acontecimientos del mundo, incluso detalles que uno no consideraría importantes dada su situación.

Ya en los últimos meses antes de su partida, surgió desde él, con enorme fuerza y entusiasmo, un nuevo impulso de reunión, impulso siempre presente en el centro de su conciencia, que se quería manifestar ahora en la unión de las dos Corporaciones por él fundadas. Claudio nos habló en esos meses de la trascendencia de la reunión, y la enorme diferencia, espiritualmente visto, entre unión y reunión. La unión es un impulso del pasado, de cuando el hombre estaba vinculado naturalmente con el mundo espiritual. Pero nos hemos separado y nos hemos hecho seres terrenos. Reunión es entonces aceptar el error de la separación, enfrentarlo conscientemente y poco a poco ir reconquistando la unión con el espíritu desde las propias fuerzas del hombre, desde la libertad.

Claudio vivió decididamente como un hombre de acción. Sus palabras, recogidas en más de 1400 conferencias, están encarnadas en los hechos de su vida. El siete de mayo abandonó su existencia en la Tierra, camino de otros mundos. El día diez, 40 días después del Domingo de Resurrección, lo despedíamos entregando su envoltura física al fuego. El tiempo cesa, el espíritu se hace presente.

 

Guillermo Escalante

 
Con profundo agradecimiento a Andrea Meneses y Alejandra Cucurella. Su colaboración ha sido muy importante para mí.
A Sonia Mordojovich que me encaminó en la comprensión de los impulsos iniciales de Claudio.
A Mónica Waldmann por sus sugerencias y ayuda con recuerdos de la juventud de Claudio.